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173 min | x264 1280x720 | 2300 kb/s | 192 kb/s AC3 | 25 fps
3,02 GB
Casi al comienzo de este documental de tres horas de duración que el veterano Frederick Wiseman
ha dedicado a una de las grandes pinacotecas del mundo —realmente,
¿alguien puede acusar al metraje de excesivo con ese objeto de estudio,
con todo ese universo a disposición de la cámara?—, una empleada en el
equipo de gestión del museo —posiblemente vinculada al departamento de
comunicación y prensa— intenta convencer a Nicholas Penny, director de
la institución, de la necesidad de tener en cuenta la mirada y la
opinión del público en futuras decisiones administrativas. Se plantea,
así, un interesante tema de reflexión —la licitud de utilizar
dispositivos espectaculares y populistas para la seducción frente a un
tratamiento exigente y responsable del legado cultural—, pero, al mismo
tiempo, la secuencia abre la puerta al centro del discurso de National Gallery,
que no es otro que cuestionar la idea del museo como mausoleo de la
Cultura para proponerlo como organismo vivo y espacio de diálogo entre
el pasado y el presente.
Wiseman muestra muchas cosas y levanta acta del
funcionamiento complejo —y, a veces, problemático— de un espacio como
la National Gallery, pero su mirada se complace en detenerse,
reiteradamente, sobre el placer de los visitantes, asistiendo a
estimulantes lecturas de pinturas emblemáticas, descifradas con
contagiosa pasión por algunos de los guías del museo. Pinturas
entendidas casi como películas potenciales —sensacional la lectura del Sansón y Dalila de Rubens como película de espías—, aguardando a ser proyectadas en la sala oscura de la mente del visitante.
Wiseman sabe que la elección del encuadre y la compresión del tiempo que
determina el montaje son la inevitable forma de manipulación con que
carga el documental desde Flaherty. Más allá de eso, su ética artística
se fundamenta en la observación y en la no intervención, en la
invisibilidad del documentalista. National Gallery también
habla del pasado oscuro de la institución —su origen en la economía del
tráfico de esclavos—, de recortes en política cultural, de la ardua
labor de restauradores, de luz y colocación de obras, del puso con
campañas promocionales… Un trabajo riguroso y accesible. ¬¬ Jordi Costa, El País
Frederick Wiseman’s monumental documentary study of the National Gallery
in London makes it look like a secular cathedral, full of hushed
grandeur. The film is presented with Wiseman’s habitual clarity and
austerity: no voiceovers, no obvious direction or overall “story”, just a
succession of unhurried scenes – though it is slightly shorter than his
recent work – and an emphasis on talking heads and professional
expertise. There is a cerebral calm. Often, as we are permitted access
to a budget meeting or PR discussion, an art-history lecture, nude life
study or some craftsman’s minutely exacting restoration work, you will
be intensely aware of the gallery’s background silence, which is as an
almost audible hum. Maybe it is the lighting or the air-con, or the
distant bee-like murmur of the public in some far-off exhibition space,
or maybe even the distant traffic of Trafalgar Square.
We begin with an
intriguing address on the subject of a work from the Middle Ages, an
altarpiece designed to be seen in a church. These images were drenched
in belief. Now, in our secular age, the gallery enacts this religious
impulse and religious rhetoric. Wiseman begins with a succession of
shots of the paintings and portraits, and juxtaposes these with the
gallery visitors: they are the pilgrims of art and civic high
seriousness. The curators and scholars are generally heard speaking with
an echoey tone – like a priest’s address in church. An intriguing and
valuable record. ¬¬¬ Peter Bradshaw, The Guardian
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