28 abril, 2017

Leo McCarey - Make Way for Tomorrow (1937)

  
Inglés | Subs: Castellano/EN/IT/PT
91 min | x-264 976x720 | 2000 kb/s | 192 kb/s AC3 | 23.97 fps
1,38 GB

Narra la historia de una pareja de ancianos que sufre un desastre económico y se ve obligada a recurrir a la misericordia de su hijos de mediana edad. Lo primero que hacen estos separarlos para que las incomodidades que supone alojarlos puedan repartirse. Poco a poco la dignidad y la confianza en si mismos se erosiona, hasta que ambos se avienen a que cada uno de ellos ingrese en una residencia de ancianos de Nueva York y el otro se vaya a California.
En plena eclosión de la screwball comedy (el mismo director dirigió este mismo año 1937 la modélica muestra del género La pícara puritana, que le valió un Oscar al mejor director, en cuya entrega manifestó su agradecimiento por el premio, pese a haberse concedido por el film equivocado -refiriéndose a su predilección por éste Make way for tomorrow-) y del cine de aventuras coloniales, Leo McCarey dirigió uno de los films más a contracorriente del Hollywood clásico, una lúcida y humanista incursión en las desolaciones e incomprensiones propias de la vejez, basándose para ello en una desconocida novela de Josephine Lawrence.
No puede decirse que el éxito acompañara al film en su estreno (la gente dio la espalda a una propuesta de semejante dureza temática, más dispuesta a la evasión lúdica que proporcionaban comedias o musicales) ni tampoco que el tiempo la haya puesto ante el público mayoritario entre las más destacadas muestras del cine de su autor, ensombrecida por el fulgor de maravillas como Sopa de ganso, Tú y yo o Las campanas de Santa María, pese a lo cual se revela como una gema olvidada del melodrama clásico, como una de las más depuradas muestras de la maestría de su autor.
Este excepcional melodrama se abre con un texto referente al sempiterno conflicto generacional entre padres e hijos, coronado con el cuarto de los mandamientos de la iglesia -Honrarás a tu padre y a tu madre- (el marchamo católico del relato queda patente desde el inicio para estar presente en el desarrollo del mismo, con sutileza pero con claridad), hábil y sutilmente precedido por un plano celestial, entre nubes, para inmediatamente descender hacia el nevado hogar del matrimonio protagonista, los Cooper, una modesta casa familiar a la que vemos acudir a uno de sus hijos para una reunión familiar junto a sus padres y al resto de sus hermanos. (...)
McCarey nos va narrando sus peripecias con elegancia, sobriedad y notable emoción, mediante una puesta en escena sencilla y sutil, lejos de subrayados melodramáticos, dejando recaer el peso de las escenas en el soberbio trabajo interpretativo del elenco actoral, especialmente de una Beulah Bondi en estado de gracia, capaz de transmitir soberbiamente la mezcla de calidez, inteligencia y desvalimiento de su personaje. A este respecto, excepcionales resultan las escenas en que el molesto ruido de su mecedora, en pleno trascurso de las clases de bridge de su nuera, denota, de modo suavemente metafórico, la incomodidad de su sobrevenida presencia y su inadaptación al nuevo ambiente o aquella otra en que, tras leer una carta con membrete de un asilo, la anciana se adelantará a su hijo, facilitándole el camino y sacrificándose generosamente por él (una vez más en su vida de dedicación abnegada), comunicándole su (inexistente) deseo de ingresar en dicho asilo de ancianos. (...)
Lejos de enfáticos subrayados o didactismos moralizantes, McCarey va conduciendo diáfana y sutilmente el relato, con una de esas transparentes puestas en escena que dejan descansar la verdad de lo contado en el rostro y en el comportamiento de sus excelentemente construidos personajes (y consiguientemente, en el trabajo de los actores que los incorporan), sin maniqueísmo ni apriorismo alguno.Pocas veces se ha acercado el séptimo arte al mundo de la vejez y las relaciones familiares con tanta hondura y verdad, con tanta comprensión y generosidad hacia sus criaturas (inolvidable el personaje de esta madre capaz de sacrificarse y ayudar a su hijo, incluso en el trance en el que éste se decide a desacerse de ella), con mirada piadosa y humana de inmensa profundidad, no exenta del inexorable jucio moral. (El Cine de nunca jamàs)
El argumento de Dejad paso al mañana es tan simple como cruel. Una pareja de ancianos en vista del inminente embargo de la casa en la que vivieron toda su vida se ven obligados a mudarse a lo de alguno de sus hijos. El problema es que ninguno puede ocuparse de los dos por lo que tendrán que ir cada uno a ciudades distintas, donde viven cada uno de sus hijos.
Sólo un director de la talla de Leo McCarey (Tú y yo, La pícara puritana, Sopa de ganso) podía ser capaz de tratar el tema de la vejez, y de la carga que suponen al resto de la familia, de forma tan rabiosa y tan cálida a la vez. Es impresionante la maestría con la que pasa de la comedia al melodrama y viceversa de manera tal que no nos damos cuenta de los giros.Abordar el tema de una pareja de ancianos que son separados era un tema más que delicado en los años 30. De este modo, cuando se estrenó, la campaña publicitaria ocultó el verdadero tema vendiéndola como una comedia sobre la vida de las jóvenes familias. Cabe destacar que McCarey era conocido hasta aquí por sus comedias (filmó con los más grandes de su época: Los hermano Marx, Laurel & Hardy, Harold Lloyd, W.C. Fields…) siendo este su primer melodrama.El origen de esta inusual historia es el hecho de que McCarey acababa de perder a su padre, con quien era muy amigo. Su esposa le había recomendado leer un artículo de, la que luego sería la guionista, Viña Delmar (nada que ver con las playas chilenas). A leo le fascinó el articulo y en medio de sus vacaciones pidió que la contactaran. Por esas cosas del destino Delmar estaba en la misma ciudad. La buena química surgida de este encuentro y el libro de Josephine Lawrence -del que estaba basado el artículo- hicieron el resto.Según cuenta Peter Bogdanovich, Orlson Welles le habría dicho que esa película “era capaz de hacer llorar hasta las piedras”. Y a un tal Ford (un director que solía “hacer westerns”) afirmaba que esta era su película favorita. (Cuadro a cuadro)
How, you may wonder, have you never heard of Leo McCarey's Make Way for Tomorrow, a film garlanded with the following raves from major critics: "There are few American films as subtle, moving and bursting with human truth" (Dave Kehr), "Beautiful and heartbreaking" (Roger Ebert), "Hollywood movies don't get much better than this" (Jonathan Rosenbaum)? The film's low profile in film history probably has a variety of causes: it flopped on its initial release, it lacks recognizable stars that might bring it residual interest, and its director, though an Oscar winner in his time, did not sustain his post-career reputation the way his contemporary and friend Frank Capra did. With the Criterion Collection's 2010 DVD release, this 1937 picture may finally assume its place of honor in the movie imagination of the public at large. Set when the Depression was still a reality, the film looks at an elderly couple, played by Victor Moore and Beulah Bondi, whose savings are gone and whose house is repossessed by the bank. The only feasible solution their children can find is to divide the parents up: Mom will stay with the eldest son (Thomas Mitchell) and his family in Manhattan, and Dad will bunk with a daughter in a small town 300 miles away. McCarey deals with this heartbreaking situation so plainly and directly, and yet with such on-target humor, that you almost don't notice how devastating the results are, and his work with Moore and Bondi--best known as character actors in film--is superb. The final half-hour bestows kindness on the couple but doesn't shy away from the story's only possible conclusion. Orson Welles described the movie's effect in perhaps the most succinct terms: "It could make a stone cry." See it, and discover a classic. --Robert Horton 
 
Publicación original de saynomoreglass
 

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