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91 min | x-264 976x720 | 2000 kb/s | 192 kb/s AC3 | 23.97 fps
1,38 GB
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Narra la historia de una pareja de ancianos que sufre un desastre
económico y se ve obligada a recurrir a la misericordia de su hijos de
mediana edad. Lo primero que hacen estos separarlos para que las
incomodidades que supone alojarlos puedan repartirse. Poco a poco la
dignidad y la confianza en si mismos se erosiona, hasta que ambos se
avienen a que cada uno de ellos ingrese en una residencia de ancianos de
Nueva York y el otro se vaya a California.
En plena eclosión de la screwball comedy (el mismo
director dirigió este mismo año 1937 la modélica muestra del género La
pícara puritana, que le valió un Oscar al mejor director, en cuya
entrega manifestó su agradecimiento por el premio, pese a haberse
concedido por el film equivocado -refiriéndose a su predilección por
éste Make way for tomorrow-) y del cine de aventuras coloniales, Leo
McCarey dirigió uno de los films más a contracorriente del Hollywood
clásico, una lúcida y humanista incursión en las desolaciones e
incomprensiones propias de la vejez, basándose para ello en una
desconocida novela de Josephine Lawrence.
No puede decirse que el éxito acompañara al film en su estreno (la gente
dio la espalda a una propuesta de semejante dureza temática, más
dispuesta a la evasión lúdica que proporcionaban comedias o musicales)
ni tampoco que el tiempo la haya puesto ante el público mayoritario
entre las más destacadas muestras del cine de su autor, ensombrecida por
el fulgor de maravillas como Sopa de ganso, Tú y yo o Las campanas de
Santa María, pese a lo cual se revela como una gema olvidada del
melodrama clásico, como una de las más depuradas muestras de la maestría
de su autor.
Este excepcional melodrama se abre con un texto referente al sempiterno conflicto generacional entre padres e hijos, coronado con el cuarto de los mandamientos de la iglesia -Honrarás a tu padre y a tu madre- (el marchamo católico del relato queda patente desde el inicio para estar presente en el desarrollo del mismo, con sutileza pero con claridad), hábil y sutilmente precedido por un plano celestial, entre nubes, para inmediatamente descender hacia el nevado hogar del matrimonio protagonista, los Cooper, una modesta casa familiar a la que vemos acudir a uno de sus hijos para una reunión familiar junto a sus padres y al resto de sus hermanos. (...)
Este excepcional melodrama se abre con un texto referente al sempiterno conflicto generacional entre padres e hijos, coronado con el cuarto de los mandamientos de la iglesia -Honrarás a tu padre y a tu madre- (el marchamo católico del relato queda patente desde el inicio para estar presente en el desarrollo del mismo, con sutileza pero con claridad), hábil y sutilmente precedido por un plano celestial, entre nubes, para inmediatamente descender hacia el nevado hogar del matrimonio protagonista, los Cooper, una modesta casa familiar a la que vemos acudir a uno de sus hijos para una reunión familiar junto a sus padres y al resto de sus hermanos. (...)
McCarey nos va narrando sus peripecias con elegancia, sobriedad y
notable emoción, mediante una puesta en escena sencilla y sutil, lejos
de subrayados melodramáticos, dejando recaer el peso de las escenas en
el soberbio trabajo interpretativo del elenco actoral, especialmente de
una Beulah Bondi en estado de gracia, capaz de transmitir soberbiamente
la mezcla de calidez, inteligencia y desvalimiento de su personaje. A
este respecto, excepcionales resultan las escenas en que el molesto
ruido de su mecedora, en pleno trascurso de las clases de bridge de su
nuera, denota, de modo suavemente metafórico, la incomodidad de su
sobrevenida presencia y su inadaptación al nuevo ambiente o aquella otra
en que, tras leer una carta con membrete de un asilo, la anciana se
adelantará a su hijo, facilitándole el camino y sacrificándose
generosamente por él (una vez más en su vida de dedicación abnegada),
comunicándole su (inexistente) deseo de ingresar en dicho asilo de
ancianos. (...)
Lejos de enfáticos subrayados o didactismos moralizantes, McCarey va
conduciendo diáfana y sutilmente el relato, con una de esas
transparentes puestas en escena que dejan descansar la verdad de lo
contado en el rostro y en el comportamiento de sus excelentemente
construidos personajes (y consiguientemente, en el trabajo de los
actores que los incorporan), sin maniqueísmo ni apriorismo alguno.Pocas
veces se ha acercado el séptimo arte al mundo de la vejez y las
relaciones familiares con tanta hondura y verdad, con tanta comprensión y
generosidad hacia sus criaturas (inolvidable el personaje de esta madre
capaz de sacrificarse y ayudar a su hijo, incluso en el trance en el
que éste se decide a desacerse de ella), con mirada piadosa y humana de
inmensa profundidad, no exenta del inexorable jucio moral. (El Cine de nunca jamàs)
El argumento de Dejad paso al mañana es tan simple como cruel. Una
pareja de ancianos en vista del inminente embargo de la casa en la que
vivieron toda su vida se ven obligados a mudarse a lo de alguno de sus
hijos. El problema es que ninguno puede ocuparse de los dos por lo que
tendrán que ir cada uno a ciudades distintas, donde viven cada uno de
sus hijos.
Sólo un director de la talla de Leo McCarey (Tú y yo, La pícara puritana, Sopa de ganso) podía ser capaz de tratar el tema de la vejez, y de la carga que suponen al resto de la familia, de forma tan rabiosa y tan cálida a la vez. Es impresionante la maestría con la que pasa de la comedia al melodrama y viceversa de manera tal que no nos damos cuenta de los giros.Abordar el tema de una pareja de ancianos que son separados era un tema más que delicado en los años 30. De este modo, cuando se estrenó, la campaña publicitaria ocultó el verdadero tema vendiéndola como una comedia sobre la vida de las jóvenes familias. Cabe destacar que McCarey era conocido hasta aquí por sus comedias (filmó con los más grandes de su época: Los hermano Marx, Laurel & Hardy, Harold Lloyd, W.C. Fields…) siendo este su primer melodrama.El origen de esta inusual historia es el hecho de que McCarey acababa de perder a su padre, con quien era muy amigo. Su esposa le había recomendado leer un artículo de, la que luego sería la guionista, Viña Delmar (nada que ver con las playas chilenas). A leo le fascinó el articulo y en medio de sus vacaciones pidió que la contactaran. Por esas cosas del destino Delmar estaba en la misma ciudad. La buena química surgida de este encuentro y el libro de Josephine Lawrence -del que estaba basado el artículo- hicieron el resto.Según cuenta Peter Bogdanovich, Orlson Welles le habría dicho que esa película “era capaz de hacer llorar hasta las piedras”. Y a un tal Ford (un director que solía “hacer westerns”) afirmaba que esta era su película favorita. (Cuadro a cuadro)
Sólo un director de la talla de Leo McCarey (Tú y yo, La pícara puritana, Sopa de ganso) podía ser capaz de tratar el tema de la vejez, y de la carga que suponen al resto de la familia, de forma tan rabiosa y tan cálida a la vez. Es impresionante la maestría con la que pasa de la comedia al melodrama y viceversa de manera tal que no nos damos cuenta de los giros.Abordar el tema de una pareja de ancianos que son separados era un tema más que delicado en los años 30. De este modo, cuando se estrenó, la campaña publicitaria ocultó el verdadero tema vendiéndola como una comedia sobre la vida de las jóvenes familias. Cabe destacar que McCarey era conocido hasta aquí por sus comedias (filmó con los más grandes de su época: Los hermano Marx, Laurel & Hardy, Harold Lloyd, W.C. Fields…) siendo este su primer melodrama.El origen de esta inusual historia es el hecho de que McCarey acababa de perder a su padre, con quien era muy amigo. Su esposa le había recomendado leer un artículo de, la que luego sería la guionista, Viña Delmar (nada que ver con las playas chilenas). A leo le fascinó el articulo y en medio de sus vacaciones pidió que la contactaran. Por esas cosas del destino Delmar estaba en la misma ciudad. La buena química surgida de este encuentro y el libro de Josephine Lawrence -del que estaba basado el artículo- hicieron el resto.Según cuenta Peter Bogdanovich, Orlson Welles le habría dicho que esa película “era capaz de hacer llorar hasta las piedras”. Y a un tal Ford (un director que solía “hacer westerns”) afirmaba que esta era su película favorita. (Cuadro a cuadro)
How, you may wonder, have you never heard of Leo McCarey's Make Way for
Tomorrow, a film garlanded with the following raves from major critics:
"There are few American films as subtle, moving and bursting with human
truth" (Dave Kehr), "Beautiful and heartbreaking" (Roger Ebert),
"Hollywood movies don't get much better than this" (Jonathan Rosenbaum)?
The film's low profile in film history probably has a variety of
causes: it flopped on its initial release, it lacks recognizable stars
that might bring it residual interest, and its director, though an Oscar
winner in his time, did not sustain his post-career reputation the way
his contemporary and friend Frank Capra did. With the Criterion
Collection's 2010 DVD release, this 1937 picture may finally assume its
place of honor in the movie imagination of the public at large. Set when
the Depression was still a reality, the film looks at an elderly
couple, played by Victor Moore and Beulah Bondi, whose savings are gone
and whose house is repossessed by the bank. The only feasible solution
their children can find is to divide the parents up: Mom will stay with
the eldest son (Thomas Mitchell) and his family in Manhattan, and Dad
will bunk with a daughter in a small town 300 miles away. McCarey deals
with this heartbreaking situation so plainly and directly, and yet with
such on-target humor, that you almost don't notice how devastating the
results are, and his work with Moore and Bondi--best known as character
actors in film--is superb. The final half-hour bestows kindness on the
couple but doesn't shy away from the story's only possible conclusion.
Orson Welles described the movie's effect in perhaps the most succinct
terms: "It could make a stone cry." See it, and discover a classic. --Robert Horton
Publicación original de saynomoreglass
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