Dos amigos, Paul y Marcus, se cuestionan el origen del amor al hilo de sus experiencias emocionales.

Si
consideramos la trayectoria de Philippe Garrel con un poco de
distancia, parece que periódicamente el cineasta se deba tropezar con un
impasse estético, o con una pregunta difícil de resolver, para hacer
volver a su cine a un lanzamiento vivo y fuerte. Habrá sido necesario
que Garrel, a finales de los años 70, tomara conciencia de su tropiezo
con el hermetismo y el arte por el arte, con las últimas películas de lo
que podemos considerar como su primer periodo (Voyage au jardin des morts o Le bleu des origines),
puede que como medida para dejar la estratosfera rarificada donde
apenas podíamos acompañarle, para encontrar lo real, gracias a los
virtudes de lo autobiográfico, y realizar la magnífica L´enfant secret. Habrá sino necesario también que en 1985 realizara Elle a passé tant d´heures sous les sunlights, film- naufragio y film-límite, donde Garrel parecía querer mostrarlo todo y
cuidarlo (tanto las claquetas como su propia apendicitis, que tuvo
lugar poco tiempo antes), para que tomara conciencia de los límites de
lo autobiográfico en los que desembocaba para regalar un corazón
integralmente puesto al desnudo. Es quizá por eso (pero no es más que mi
hipótesis) que las tres películas siguiente estuvieron escritas con
guionistas (Jean-François Goyet) y/o escritores (Marc Cholodenko y
Muriel Cerf), y al mismo tiempo que Garrel se encaminaba más a un
profesionalismo en la composición de sus equipos. (Escribir a dos, o a
tres, o hacer escribir, no significa aquí dejar de decir “yo” sino
enriquecer el discurso subjetivo, que avanza quizá mejor escondido).
Sin
duda al fin ha sido necesario que Garrel pasara por (o tropezara con)
una pregunta grave: y la de duelo y la de la traición, tema de J´entends plus la guitare, medio
resuelta a mis ojos, película acosada por un sentimiento de
culpabilidad que podía traducirse como: “Nico ha muerto, Jean Seberg ha
muerto, Jean Eustache ha muerto, y yo estoy siempre vivo… entonces he
trahicionado”. (No podemos negar a Philippe Garrel la sinceridad de este
sentimiento, pero no estamos obligados a suscribirlo. Sin duda era
necesario entonces que Garrel libere, cinematográficamente, un fragmento
de su trabajo de duelo para que nosotros lleguemos hoy a El nacimiento del amor, película libre e inspirada, la más bella para mí después de Liberté, la Nuit, mucho
menos trabada y menos dolorosa que la precedente. No es que el dolor
sea ausencia, sino que ella se transforma más bien en una dulce
melancolía.
Adolescente, Garrel filmaba a los adolescentes. Convertido en padre, ha filmado a su hijo (Les Baisers de secours).
Habla hoy de la vida de familia, de la pareja, del amor, del punto de
vista del hombre de cuarenta y cinco años que él es ahora. Igualmente si
esos personajes, y sobre todo los dos personajes masculinos
(Marcus/Jean Pierre Léaud y Paul/Lou Castel), esperan la edad de la
madurez, su educación sentimental está siempre en proceso, no concluida y
sin duda interminable. ¿Cómo encontrar el acuerdo entre acto y
discurso? (Paul, padre más fugitivo, grita: “¡Lo que es más importante
es la familia!”) ¿Podemos educar esos sentimientos? (Fanchon/Marie-Paule
Laval, la mujer de Paul:”¿Por qué giramos como veletas? Las veletas,
sabemos lo que las hace girar, ¿pero nosotros?”) ¿Cómo preservar su
propia libertad sin que ella se dirija por tanto contra el deseo del
otro= (Es el sentido del momento soberbio donde Paul, que ha pasado la
noche con amigos para quedarse junto a Ulrika/Johanna Ter Steege, es
despertado en el alba por una llamada de teléfono de su hijo, furioso:
“¡Pero yo, necesitaba verte esta mañana!”)… Esas son algunas de las
preguntas que plantea Garrel, poniendo en escena, por primera vez de
forma también frontal, una familia, la compuesta por Paul, Fanchon,
Pierre, su hijo adolescente y la pequeña hija que va a nacer. Garrel
filma la familia con un realismo crudo, que va de la tarea de fregar los
platos a los cambios de pañales, pasando por la rebelión de los
adolescentes en las pequeñas tareas cotidianas (ir a dormir, recoger su
cuarto, ponerse las zapatillas) que vemos imponerle. Hay un horror a
veces ligeramente tintado de humor (pero quizá no es más que una defensa
del espectador), del que Paul huirá más de una vez, sea por una noche,
en la escena que evocaba más arriba, sea por una escapada solitaria a
Cádiz (un lugar donde se encuentra la gente que tiene necesidad de estar
sola, o de salvar su pellejo, como le dirá una desconocida encontrada
por azar). (...)
El
guión del film es la imagen de Paul: fugitivo. No dejando lugar a las
escenas utilitarias, prefiriendo las elipsis radicales. Acordando
libremente una pequeña digresión con Georges Lavaudant para repetirlo
(Paul es actor, no lo aprenderemos furtivamente, más que en esta
ocasión). Retrasándose en los momentos de amor de Paul con Ulrika. Pero
también tomando a veces, de manera percuciente, una escena en pleno
movimiento (un poco como en Pialat). O no tratándola más que en dos o
tres planos, como aquel en el que Hélène deja a Marcus por otro hombre, o
también ese gran momento de cine donde, en Roma, se sucede un plano de
Marcus llamando por teléfono a Hélène, un primer plano magnífico,
inundado de blanco, de Hélène tumbada, y un primer plano de Marcos él no
sabríamos decir si encaja con el plano precedente o con el siguiente
(Paul dormido). Tenemos además, en muchas tomas, el sentimiento de
puntuaciones en las escenas donde nos habríamos detenido, en el montaje,
más que breve fulguraciones. El montaje es verdaderamente musical: no
juega más bien a la deconstrucción, sino a las alternancias de
aceleración y de ralentizaciones, de rupturas y de zonas llenas. El
sentimiento de elipsis o de ruptura claramente es más fuerte que a
menudo, Garrel filma en primeros planos, con un mínimo de indicaciones
sobre el decorado. (Igual que en Roma, Garrel filma dos callejuelas y la
entrada de una iglesia: ningún plano general, el largo plano al borde
del mar en Cádiz es la excepción para esta regla).
En
otro tiempo completamente del lado del cine de poesía, Garrel, con sus
guiones ahora más construidos, más seguidos (pero nada armados, sin
duda) puede actualmente mezclar el cine de prosa (del que se benéfica de
sus ventajas sin sufrir las restricciones)y el cine de poesía, ese cine
liberado de las contrariedades narrativas o, tal y como lo describía
Pasolini, “donde sentimos la presencia de la cámara”. Ya que sentimos a
la vez con Garrel el resultado y el acto de registro, con ligeros
temblores del encuadre y la sensación, más rara en el cine, de la misma
vida de la película, especialmente en los primeros planos. Lo que toca, y
lo que toca Garrel en los primeros planos es la piel, su grano, las
barbas de dos días con Léaud y Castel, los poros con las mujeres. Hay,
reforzado por el blanco y negro magnífico a la vez que auténtico,
desligado de todo manierismo, de Raoul Coutard, una sensación de materia
(la película y la piel, las dos vivientes) extrañamente abordada en el
cine, salvo con Bergman. (...) (Texto de Alain Philippon, aparecido en Cahiers du Cinéma, nº 472 Octubre, 1993, tomado de Mucho tiempo he estado acostàndome temprano) Middle-aged
artistes provide the focus of this drama filmed in black and white. The
story is set in Paris around the time of the Gulf War. Paul is an actor
leading a drab directionless existence. He has an affair with Ulrika, a
woman half his age. His wife, with whom he constantly argues, is
pregnant with their second child. He does not interact much with his
teenage son. Much of the film centers around the emptiness of his life.
Publicación de saynomoreglass
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