Japonés | Subs: Castellano/English/Italiano/Portugués (muxed)
140 min | x-264 1280x696 | 5200 kb/s) | 192 kb/s AC3 | 23.97 fps
5,27 GBLa venganza es mía
La venganza es mía se eleva como una de esas joyas que no
tienen ningún desperdicio. La película narrará, a través del empleo de una
serie de flashbacks que viajarán en el tiempo tanto para atrás como para
adelante sin perder por ello la coherencia de la historia, las
vivencias de un asesino en serie cuyas fechorías fueron cometidas en el
Japón de principios de los sesenta convirtiéndose en uno de los casos
más famosos de la crónica negra nipona de toda su historia. Partiendo de
este recurso muy ligado al cine negro clásico americano, Imamura
retorció los dogmas típicos de este tipo de cine cuya esencia solía caer
en la frivolidad así como en los aspectos más chocantes de la psique
del protagonista. Pues Imamura decidió apostar por construir una pieza
alejada del género de psicópatas mostrando por contra los vicios y
depravaciones del asesino desde una óptica muy natural dictando una
especie de atestado policial objetivo, con todo lujo de detalles y
fechas, que en ningún momento entra en el juego de prejuzgar las
salvajadas cometidas por el radiografiado.
El fracaso comercial que supuso El profundo deseo de los dioses,
no cabe duda una de las películas más personales y arriesgadas del
maestro Imamura, propició que éste estuviera alejado de la dirección de
largometrajes de ficción durante un periplo que abarcó casi una década.
El autor de La balada de Narayama cayó en una profunda
confusión replanteándose su futuro como director de cine ante la escasa
aceptación que sus películas encontraban entre un público japonés más
interesado en gastar su tiempo libre contemplando obras de tono
superficial dejando de lado ese temperamento irónico, transgresor y
retorcido del tokiota. De este modo 1979 se convertiría en el año del
retorno del sensei. Y la vuelta no pudo ser más hipnótica y agresiva.
Puesto que con La venganza es mía Imamura sentaría cátedra
alterando los resortes de un séptimo arte japonés acomodado que
necesitaba de esta alma rebelde para soltar esa chispa que siempre
albergó demostrando que su retiro favoreció la explosión de toda esa
rabia contenida derivada de su alejamiento de los focos y las cámaras de
cine.
[...]Desde el punto de vista técnico la película se articula a través de una
amalgama de planos generales, picados y contrapicados que revisten
cierto aroma a ese cine documental que cultivó el maestro a lo largo de
su carrera. Planos sencillos, elegantes y perfectamente encuadrados que
permiten avanzar la trama sin prisa pero sin pausa gracias a un montaje
vanguardista que mezcla terrenos temporales y espaciales estirando y
contrayendo el camino en una multitud de cruces dramáticos de fino
estilista. Todo ello convierte a esta obra maestra en una de las gemas
del cine japonés de todos los tiempos así como una de las
imprescindibles de una de sus mentes más afiladas. El inimitable Shôhei
Imamura. __Todos los textos tomados de la excelente crítica de Rubén Redondo que se puede leer en su totalidad en El Cine Maldito
Vengeance is Mine
Vengeance is Mine explores the dark underbelly of Japanese society,
setting Imamura apart from the three masters of the Japanese “Golden
Age” of cinema: Kenji Mizoguchi, Akira Kurosawa and Yasujiro Ozu. As
Ozu’s assistant on several films portraying the respectable family lives
of the middle class, Imamura discovered that his own tastes leaned
toward messier filming techniques and more lurid subject matters.
Based on a true story, Vengeance is Mine follows serial killer and con artist Iwao Enokizu as he commits a string of murders during 78 days while traveling through Japan and eluding police. The movie’s rambling narrative punctuates the senseless killings with flashbacks of Iwao’s childhood as the son of devout Catholic innkeepers and his often-quotidian existence with the women he picks up along the way as an adult on the lam.
Based on a true story, Vengeance is Mine follows serial killer and con artist Iwao Enokizu as he commits a string of murders during 78 days while traveling through Japan and eluding police. The movie’s rambling narrative punctuates the senseless killings with flashbacks of Iwao’s childhood as the son of devout Catholic innkeepers and his often-quotidian existence with the women he picks up along the way as an adult on the lam.
Actor and frequent collaborator Ken Ogata gives a magnetic performance
as Enokizu. The handsome Ogata radiates sexual charisma and sly humor
recalling the best performances of fellow thespian Toshiro Mifune.
Combined with Imamura’s cinéma-verité style, Ogata’s natural delivery
lends the film an intimate and documentary feel.
One of the many subplots includes the attempts of two police detectives to find Enokizu by interviewing his friends and former lovers. Yet, the film never descends into mere police procedure details. Enokizu and his actions are presented without judgment or motive. Instead, Imamura crafts a compelling character study around a character that manages to remain an enigma until the bizarre final scene.
Equally central to the story are the myriad of women who decide to help Enokizu even when they know about his past. Similar to other post-war directors, Imamura was very concerned with the woman’s place in Japanese society and his films straddled the line between expressing sympathy with their denegrated status and resistance to an inevitable change in gender roles.
One of the many subplots includes the attempts of two police detectives to find Enokizu by interviewing his friends and former lovers. Yet, the film never descends into mere police procedure details. Enokizu and his actions are presented without judgment or motive. Instead, Imamura crafts a compelling character study around a character that manages to remain an enigma until the bizarre final scene.
Equally central to the story are the myriad of women who decide to help Enokizu even when they know about his past. Similar to other post-war directors, Imamura was very concerned with the woman’s place in Japanese society and his films straddled the line between expressing sympathy with their denegrated status and resistance to an inevitable change in gender roles.
One of Imamura’s most accessible films, Vengeance is Mine is a perfect
introduction to the master’s work because it touches on all of the
themes he explored in his career. His affection for Japan’s criminals,
outcasts, and minority groups is a continuing inspiration for
contemporary filmmakers including former apprentice, gonzo gore-hound
Takashi Miike (Audition, Ichi the Killer). In his later work, Imamura
would infuse even more black humor into his exposés of the bleak
underworld and continue with his controversial interpretations of the
roles of women ending in his final film, Warm Water Under a Red Bridge –
a cheeky tribute to the female orgasm. Although Imamura was one of only
a few directors to win the Cannes’ “Palme d’Or” twice, by the time of
his death only his masterpiece The Pornographers and – to a lesser
extent – The Eel (starring crossover actor Koji Yakusho) would be widely
available to audiences in the West.
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